Pocas obras están tan pegadas a la leyenda de la que forman parte como el Réquiem K. 626 de Mozart. Su mito se regenera una y otra vez con nuevos relatos, narraciones literarias, obras cinematográficas y aún con nuevos hallazgos documentales que no hacen sino alimentar más el misterio que envuelve la última de las composiciones del genio de Salzburgo. El mito se desarrolla más o menos en los siguientes términos: a principios de junio de 1791, un misterioso caballero, completamente vestido de negro (o gris, según quien lo cuente) se presentó ante Mozart. Tras presentarse como un emisario, le comunicó que su encargo era solicitarle la composición expedita de un Réquiem. Mozart no debía preguntar por la identidad del personaje ni de su patrón. No le sería impuesta ninguna limitación estilística. Él sólo debía darse prisa y asegurarse de la calidad de la obra. La ruina económica de Mozart le hizo aceptar el encargo y las reglas impuestas. El incidente impresiono mucho al autor, por entonces ya tocado de muerte por la enfermedad.
Se supone que el 7 de septiembre, Mozart le escribía a Antonio Salieri (1750-1825): "…quisiera seguir vuestros consejos, pero ¿cómo lograrlo? tengo la cabeza trastornada, cuento mis fuerzas y no puedo apartar de los ojos la imagen de ese desconocido. Lo veo continuamente, me ruega, me solicita e, impaciente, reclama mi labor. Prosigo, ya que el componer me fatiga menos que el reposo. Aunque sea así, nada temo. Siento, en lo que experimento, que la hora suena; estoy a punto de expirar; habré acabado antes de haber gozado de mi talento. Era tan bella la vida, la carrera se abría bajo auspicios tan afortunados, pero no se puede cambiar el propio destino. Nadie mide sus propios días, es preciso resignarse, será lo que guste a la providencia, acabo y he aquí mi canto fúnebre, que no debo dejar imperfecto". En efecto, se dice que el misterioso emisario apareció varias veces para verificar los avances de la partitura. La mente de Mozart se encontraba sumamente turbada por el enigmático personaje. Constanze, su mujer, padecía la degradación de la conducta de su marido. El compositor se creía perseguido: "seguramente alguien lo había envenenado". Olfateaba su propia muerte. El personaje de negro no era ajeno a lo que le pasaba. Todo cobraba sentido: ¿quién sino él mismo era el destinatario de ese Réquiem fabuloso que estaba componiendo? Aquel hombre era un emisario de la muerte. El 20 de noviembre, Mozart cayó en cama. El compositor no alcanzo a completar ocho compases de la Lacrimosa cuando la muerte lo sorprendió la madrugada del 5 de diciembre de 1791. Una fosa común cerrada en una noche tormentosa y un manuscrito que inicia un periplo increíble, son los mudos testigos de la angustia que acompañó a Wolfgang en sus últimos días. Muchas son las fuentes que aportaron a la constitución del mito del Réquiem de Mozart. Entre éstas destacamos la crónica de Friedrich Rochlitz que fue publicada en tres partes en 1798 por la revista Allgemeine Musikalische Zeitung . Sin embargo, la increíble historia del Réquiem ha sido reconstruida en los últimos años gracias al descubrimiento de nuevas fuentes, mas confiables y verosímiles. De entre de éstas se cuentan Leben des k.k. Kapllmeisters Wolfgang Gottlieb Mozart nach Originalquellen beschrieben (Praga, 1798) de Franz Xaver Niemetschek (1766-1849) quien se basa en el archivo de Constanze Mozart y en los relatos que ésta ofreció a su segundo marido, Georg Nissen. Este último escribió años mas tarde su propia Biografíe W. A: Mozart nach Originalbriefen. Su relato del génesis del Réquiem coincide con el de Niemetschek. Pero en 1964 se anunció un descubrimiento aún más importante para la aclaración de esta intrincada historia. Otto E. Deutsch, autor del catálogo de Schubert, encontró en los archivos municipales de la población de Wiener Neustadt (al sur de Viena), un documento presuntamente prohibido en su momento por la censura oficial. Se trata del informe elaborado por un tal Anton Herzog intitulado La verdadera y detallada historia del de W. A. Mozart desde sus comienzos en el año 1791 hasta el presente año de 1839. Herzog era un músico que servía en la casa del conde Franz von Walsegg zu Stuppach. Este último era un fiel pero nada convencional amante de la música y el teatro.
Según Herzog, la esposa del conde había muerto el 14 de Enero de 1791. Como un homenaje a la memoria de su consorte desaparecida, el conde había comisionado a su secretario, el intendente A. Leitgeb, para que con la más absoluta discreción contactara a Mozart y le solicitase la composición de una misa de Réquiem. Pero, ¿para qué tanto misterio? Al parecer, Walsegg tenía la ilusión de hacerse pasar por compositor. En una época dónde conceptos como "derecho de autor" o "piratería" no tenían las connotaciones ni derivas legales que en nuestros días, este conde se sentía libre de copiar partituras de famosos músicos y hacerlas sonar con la orquesta de su castillo de Stuppach como si fueran propias. En ocasiones, encargaba de forma anónima alguna obra a determinado autor, ex profeso para apropiársela y hacerse pasar por el compositor de la misma.
Para Herzog, ni Constanze ni los amigos cercanos del compositor estaban al tanto de las condiciones del encargo. Por eso Wolfang se mostraba tan perturbado, incómodo y hermético con respecto al extraño visitante. Cuando Walsegg realizó su extravagante petición, Mozart concluía su ópera la Flauta Mágica. En principio no le interesaba abandonar este proyecto, pletórico de alegorías masónas, para dedicarse a la composición de una obra a cuya paternidad debía renunciar. Pero su precaria situación económica no le dejaba otra salida. Para complicar más las cosas, poco más tarde, en julio de 1792, Mozart recibió otro encargo. Este venía de Bohemia y tenía que ver con la celebración de la coronación de Leopoldo en Praga. Se trataba de la ópera La clemenza di Tito que sería estrenada durante la celebraciones reales. Aunque la realización de una ópera con libreto impuesto no lo entusiasmaba, le resultaba sumamente atractiva la posibilidad de presentarse de nuevo ante su fiel público bohemio, además de cobrar una oportuna paga. A su regreso de Praga, en septiembre de 1791, Mozart tuvo que ocuparse de La Flauta Mágica de tiempo completo pues su estreno era ya inminente. Terminó así la Obertura y la Marcha de los sacerdotes. Por las abundantes referencias en la correspondencia que por estas fechas sostuvo con su esposa (que se encontraba en un extraño retiro en Badem), sabemos que inmediatamente después se dio a la composición del Concierto para clarinete. Esta estupenda partitura había sido planeada desde 1789. Como Landon ha demostrado, parece que Mozart no empezó a trabajar en el Réquiem antes del 8 de octubre. Los días 14 y 15 de octubre paró la tarea pues debió recoger a Constanze en Badem. También entre el 10 y el 15 de noviembre, se distrajo para componer la Kleine Freymaurer-Kantate K. 623, una breve cantata realizada a petición de sus compañeros masones para celebrar la apertura de un nuevo templo. Por cierto, esta fue la última vez que se vio a Mozart dirigir públicamente una obra suya. Hasta el 20 de noviembre, día en que Mozart enferma completamente, la dedicación al Réquiem le habría ocupado un máximo de treinta y tres días. Durante éstos produjo unos 99 folios. En conclusión, como parece demostrar Landon, la composición de esta obra no fue tampoco acometida tan fervorosamente como cuenta la leyenda. Por otro lado, en relación con la desesperación que Mozart padeció por la posibilidad escribir su propia oda fúnebre, debemos recordar que en aquel tiempo Mozart era un masón activo y convencido. Es cierto, creía en Dios como autoridad. Sin embargo, como revela su tratamiento del tema en la correspondencia que por estas fechas sostuvo con su padre, en absoluto temía a la muerte. En cierto lo que afirma Einstein en el sentido que la actitud de Mozart "ya no es totalmente religiosa... está teñida del espíritu masónico". Para él "la muerte ya no es objeto de espanto, sino una amiga". Mozart se acostumbró a la posibilidad de morir. Par aél, la muerte era parte ineludible de la vida. Mozart no la temía. En algunos momentos, se puede decir, hasta la deseaba.
Tras la muerte de su marido, Constanze no quiso dejar incompleto el Réquiem solicitado. Sin saber que Wolfgang trabajaba para Wasseg, ella no tenía ningún interés en causar malestar al enigmático emisario ni a su misterioso patrón. El 21 de diciembre le solicita termine el Réquiem al músico de la corte Joseph Leopold Eybler a quien le hace entrega del manuscrito. Sin embargo, éste no fue capaz de terminarlo. Entonces recurrió a Franz Xaver Süssmayr, uno de los últimos y más queridos discípulos del compositor. Paumgarten asegura que, durante los días que se dedicó a su composición, Mozart solía cantar ante sus alumnos algunos fragmentos del Réquiem. Cada uno debía memorizar una de las cuatro voces para después ejecutar los fragmentos en conjunto con el acompañamiento al fortepiano del autor. Como ha señalado Hildesheimer, no es probable que Mozart siguiera componiendo el Réquiem en su lecho de muerte pues el manuscrito original exhibe la escritura de un hombre sano. No hay rastros de agotamiento, no hay dibujos tenues ni dubitantes. La muerte de Mozart no fue gradual, sino repentina. Sin embargo, también este autor señala que Mozart intentó ensayar el Réquiem con sus alumnos la víspera de su muerte. Susmayer finalizó la obra durante la primera mitad del año 1792. El Réquiem fue interpretado el 14 de Diciembre de 1793, durante la misa que conmemoraba la muerte de la esposa de Walsegg, en la Iglesia Parroquial de Neustadt. La dirección estuvo a cargo de su presunto autor, es decir, el conde. Se repitió para conmemorar su tercer aniversario luctuoso el 14 de Febrero de 1794, en la Iglesia de Santa María Schutz del Semmering. Tiempo después, el conde realizó una adaptación para quinteto de cuerdas (o quizá de nuevo encargó a un especialista el arreglo para después firmarlo él). Con este formato siguió sonando un tiempo más en la casa de nuestro impostor noble. Sin embargo, hace no mucho que sabemos también que casi un año antes de su estreno oficial, el 2 de enero de 1793 en la sala Jahn de Viena, la obra se interpretó en un concierto a beneficio de la viuda de Mozart y con el reconocimiento para el salburgués de la autoría de la pieza. Este concierto fue promovido por Gottfried van Swieten. Debemos a él y otros personajes como Gottfried Weber (1779-1839), el reconocimiento de la verdadera autoría de la pieza, la cual no se pudo autentificar sino hasta cuando aparecieron las partes manuscritas originales en 1838 Es sumamente difícil saber que partes del Réquiem son originales de Mozart y cuales corresponden a la inventiva de su alumno. Comúnmente se acepta que el Introitus con el Kyrie y las partes siguientes hasta el Lacrymosa son enteramente del Mozart. Süssmayer se atribuyó la autoría del Sanctus, el Benedictus y el Agnus Dei. Es evidente el empleo de recursos arcaicos propios de la tradición musical sacra centroeuropea como el uso de la fuga, las orquestaciones barrocas y el sonido característico de Bach o Haendel. La fuga "Quam olim Abrahae" y el inicio del "Réquiem aeternam" están claramente influenciados por el Réquiem (1771) de Franz Joseph Haydn (1732-1809). Süssmayer optó para el final de la pieza la repetición de la fuga del Kyrie, hacia las palabras "cum sanctis" para así "dar a la obra mayor uniformidad". Por otro lado, investigaciones recientes han establecido vínculos entre el Réquiem de Mozart y su en Misa en do menor, con la Missa pro Defunctis (1760) de François-Joseph Gossec (1734-1829). Esta obra gozó de mucha popularidad en su momento. Es curioso que las referencias a la obra de Gossec aparecen sólo en los números que se supone compuso Mozart y no en los de Süssmayer. Mozart conoció a Gossec en París en 1763 . Lo rencontró durante su segunda visita a la capital Francesa en 1766. Las cartas a su padre nos informan que lo consideraba "muy buen amigo suyo". Años después, en otra carta a su padre fechada el 12 de abril de 1783, Mozart comentaba su admiración por Gossec, concretamente por haber conservado la mejor tradición de la música religiosa. Por otra parte, la biblioteca del barón von Swieten, que Mozart solía frecuentar con asiduidad, poseía un ejemplar de la edición de 1774 de la partitura de la Missa pro Defunctis de Gossec. Así que tuvo oportunidad de estudiarla a fondo. Rubén López Cano http://www.geocities.com/lopezcano/articulos/04.htm
Bibliografía. ELIAS, Norbert; Mozart : sociología de un genio; Barcelona: Península, 1991. LANDON, G. C. Robbins; 1791. El último año de Mozart; Madrid: Siruela; 1989 MOZART, Wolfgang Amadeus; Cartas; Barcelona: Muchnik; 1986 PAUMGARTNER, Bernhard; Mozart; Madrid: Alianza, 1990.
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